Las gaviotas en Rímini nunca graznan. En ninguna época del año, ni siquiera cuando Sandro regresa a casa después de vivir en Milán y encuentra a su padre más terco que nunca. Ni siquiera cuando pasan los meses y se da cuenta de que ha acabado viviendo con él.
De joven, Nando Pagliarani tuvo el cuerpo de un nadador y un destino interrumpido. Trabajó como conductor de autobuses turísticos, como ferroviario, fue dueño del bar América, aunque lo único que debería constar en sus documentos es «bailarín». Porque él y su esposa bailaban. Bailaban para ganar. A Sandro también le gusta ganar, viene de familia. Pero su baile es peligroso. Las primeras veces en la mesa de juego era el tipo al que desplumar; luego se convirtió en el hombre al que no perder de vista.
Lo cierto es que antes tenía un trabajo estable y planeaba un futuro con Giulia. Y ahora, ¿qué? ¿Qué le queda a Sandro, que quería tenerlo todo? ¿Qué nos queda a cada uno de nosotros cada vez que desafiamos la suerte?
La vida no trata de tener más. Trata de arriesgarse a tenerlo todo.
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